LETRAS - Obra literaria de labor propia - POÉTICA
VERSOS DEL PAGO
CAPÍTULO XII - TANGOS DE ENTRECASA

VERSOS
 DEL  PAGO


1986 - 1992
    Rodolfo  Daluisio

_____________________


Capítulo

 

XII

 

TANGOS DE ENTRECASA

       

 

           

                          I

              TANGOS   DE   ENTRECASA
                     (Tangos de la niñez)

 

Revivida niñez donde todo era ingenuo :
unas tardes de siesta con su ocio habituado.
Repetir ese estudio que la música explica;
un amor lastimado por la ofensa tenaz.

 

Sin saber un motivo para el ser de la vida,
una heroica potencia nos hacía cantar.
Y tal vez, sin querer, se nos hizo un camino
de preciosos tesoros que hoy queremos amar.

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                                            II


                                            AQUELLOS  TANGOS

 

                             (A veces se creía vivir una vida
                              endurecida de desengaños.
                              Con los años se entendió que
                              aquel dolor tenía mucha pureza.)

 

Aquellos tangos de entrecasa
en el sentido tono de la tardecita,
al aire familiar de nuestro patio.
Eran secretos de un amor reaparecido,
que aromaban el aire.

 

Ese cantar
confiado se quedaba esperando el regreso
de almas aferradas al paso de una pena.
En su escena, el maltrato, no dejaba de herir.
Atado a la palabra
cantaba un sentimiento
al anticuado honor.

 

Aquellos tangos de entrecasa
en el ocaso nuevo de la juventud,
verseados por los rumbos infalibles.
Eran tristezas de la vida entorpecida,
y colmaban de agrado.

 

Ese cantar,
recuerdo de lo de antes que se vuelve a entonar,
ligado a ese capricho viviendo lo de uno.
No parece muy grande el amor que es leal.
Y viene a ser tan puro
ahora que es creído
en el dolor que fue.

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                                         III

                                            EL  PIBE  CANTA

 

                           (En sus momentos de grandes soledades,
                           mamá me enseñaba a cantar tangos;
                           que le ayudaban a comprender
                           el misterio del sufrir de esta vida)
                          

 

El tango se cantaba en la voz de mamá.
La enseñanza entonada
de armoniosa agonía
revivía en el pibe
sonando de pureza, tal vez sin comprender.

 

Y el drama se vivía
en la constancia diaria de luchar por el pan.
El relato se sigue tan igual a la vida
buscando un parecido
con el propio dolor.

 

Sin falla en el recuerdo enlazaba la historia
y el hijo se miraba
con ojos de su madre,
para saberse dueño
del tango conquistado, tan dentro el corazón.

 

Y aliado del cariño
no abandonaba nunca su goce de cantar,
si más allá del viaje del umbral de su casa
recibía el aplauso
de un canto magistral.

 

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                                   IV

 

                                              MÚSICO

 

                           (Muchos años hemos alternado
                           con seres con alma de músicos,
                           y ellos,  por simpleza, creían
                           no poseer dotes suficientes.)


Ser músico vulgar
de fama incomprendida,
con aplauso amistoso de increída bondad.
No tener el dominio
de una extraña figura del mundo de conquista
que apaña a un señalado.

 

Ser músico de pueblo
de cuanto un pueblo siente,
y no sabe que siente en la vida atrasada.
Si se vive el dolor en un mar de vergüenzas
cuando poco se atiende a las voces del alma.

 

Y ser intrascendente
más allá de ese canto,
que viaja en un "tal vez" de una simple misión.
Porque el canto se queda en su propio infinito,
y se canta cumplido en el canto leal.

 

Ser músico elogiado
por el cariño llano
que conoce las penas de cada corazón.
Y se goza en sí mismo, sin fama, ni presagio,
si cultiva en el alma su semilla inmortal.

 

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                    V

 

              VELAR  POR  OTRA  VIDA
                             (Cuando salíamos a tocar papá y yo,
                              mamá nos esperaba hasta altas horas)

 

Velar por otra vida,
en esa soledad que se despide alerta
reteniendo un temor.
Y en la noche pendiente donde el silencio canta,
las horas pasajeras se van quedando atrás.

 

Y florece en el alma de digna pertenencia,
que sostiene una lucha por los que han de volver.
Si no hay otra esperanza demorando a la pena
hasta el pronto regreso del amor que se fue.

 

Velar por ese hijo que salió a predicar
con el cándido honor de ganarse la vida;
y en el solo destino de cumplir con el canto
va sembrando en el surco un soñado ideal.

 

Como un rito confiado : velar por otra vida,
que ha ganado en el alma su fiel admiración.
Cuando en el bien, se sabe,
que para ser de uno, viviendo en otra vida,
se ha de ser del amor.

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                          VI

                             AMANECIENDO   

                                                             
                                          (El goce de cantar, y oír música,                                 
                                           cruzando la oscuridad sin percatar­se,
                                           hasta ver la luz del sol.)


Cantar amaneciendo
al gusto de cantar,
en el tono valioso que aspira a ser canción.
Renovando la dicha de volver a decir
el canto que se sabe por cordial insistencia.

Cuando solo se estudia
en el buen ejercicio
de seguir el floreo del canto que se ama.
Si arrullado en la noche una voz balbucea
la nota más sentida en su justo rigor.

Amanecer cantando
hasta el canto del alba,
si llega como un premio al valor incansable,
que agudiza su garbo en esa melodía
tan valiente y serena del fervor que se da.

En el canto despierto
que no duerme y no muere,
más allá del final que se entona emotivo,
se promete una deuda en pedir la canción,
que se paga y se va con su canto viajero.

Cantar amaneciendo
al gusto de cantar,
si se quiere ese canto que nos canta la vida,
relatando la pena que se supo vencer;
descansando sin horas, en un dejarse estar.

Si cantar es la escuela
de la ciencia que aprende
en el sabio consejo que se canta y se vive,
encuentra un infinito en las brumas del alba
donde inventa la vida algún rayo de sol.

 

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                    VII

                        QUERERSE  LUCIR

 

Muy poco parecía,
en la escasa pobreza,
nuestro empeño de hacer, por la música mansa,
el conjunto esforzado,
de quererse lucir con un tango armonioso,
de intensa melodía.

 

Y nada distraía
al compás conseguido,
en el ritmo adornado con acentos y trinos,
de copiosos acordes y un enlace sentido,
calculada la cuenta que anuncia su final.

 

Un tango en el recuerdo
que nos trae su cadencia,
ha quedado en el alma sin saber el porqué,
emotivo y casero, y de noble pureza,
consentido en lo eterno, que ya no vuelve a ser.

 

Pero mucho se ama,
en el tiempo que fuga,
cuando hay algo en la vida que se supo labrar.
Si parece, ya, vernos,
  --con ensayo esmerado -- :
atacar esa entrada :
   y en el tango :  "a bailar"...!

              

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                    VIII

 

                    PERTENENCIA  :  TANGO

 

Primera fila de bandoneones.
A cada lado: los seguidores;
y por el centro
dirige el canto la melodía
desde el primero.


               Atrás, arriba,
               violín y arco vibrando el tango.
               El contracanto desde la cuerda,
               ya se adelanta
               para lucirse con la armonía.


El piano afirma con sus caídas
el ritmo antiguo del dos por cuatro;
y con justeza
se enlaza el canto con el pasaje
de buen estilo.


               Por bien seguro,
               con la certeza de ser la base,
               el contrabajo concuerda al ritmo;
               para quedarse
               con ese grave que los abraza.


Si en una estrofa se dice el tango
para entonarse con sentimiento :
la voz cantante
revela el drama que se perdura
con cada vida.


               Allá en la pista
               la danza impone su propio paso
               por ser medida con la cadencia.
               Y el giro avanza
               trazando el ritmo que extiende al cuerpo.


A la distancia : los corazones
sienten un signo de pertenencia;
donde un misterio,
que los contiene amorosamente,
canta en el tango.

 

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                       IX

 

                         E L    C A N T O R

 

Quien deja el suelo del pago circundado por un cielo
para andar otra querencia y otros aires de lo ajeno,
se le alumbra la pobreza de una humilde melodía,
como un fuego que destila soledades nunca vistas.

 

Si al partir ya deja todo, de la antigua pertenencia,
el cantor que es pobre y solo, y de alma agradecida.
Sabe dar de lo que canta, con un canto amanecido,
más liviano que los aires que planean por la ausencia.

 

Como en dar su propio canto nada queda retenido,
los oídos que lo oyen son llevados por su canto
hacia un alto sentimiento que se eleva cielo arriba.
Y se va por esos aires de copiosas lejanías.

 

Admirados ven los ojos, si contemplan la apoteosis
del cantor que va entregado, ya, sin alma, ni vestigio,
sino en sola gratitud de ser luz que sobrevuela
por el plano providente contemplando lo infinito.

 

Pero un fuego tornadizo que seduce a las caídas
enamoran a sus ojos con encantos de caricias.
Y declina su mirada para amar en su pobreza,
porque ve en la soledad su portal desposeído.

  

 Muy debajo de los ojos donde mira el corazón,
el dolor de su pobreza pone un peso en el amor.
Y el pesar se inclina tanto hacia el bien de una promesa,
que derrota a la esperanza, porque él tiene pertenencia.

 

Pero el paso de la muerte - recordándole la ausencia -,
lo despoja de ese sueño, y en la noche lo despierta :
donde el llanto del despojo se alejó de la pobreza:
y el querer de la añoranza lo dejó sin gratitud.

 

Aunque vaya por las sombras para amar al viejo amor,
y el abismo se le entregue con la luz, reaparecido,
el pasado es un recuerdo que confiesa a lo perdido,
llama en fuerza arrebatada que se da en mirar atrás.

 

El atrás ya fenecido vuelve al signo de la muerte,
y el cantor del alto canto, que ya canta a lo perdido,
es un llanto que no canta sino en lágrimas de olvido,
cuanto viera en otros pagos, alumbrado en otro cielo.

 

Si ya nada lo seduce por el bien de las caricias,
si el consuelo no es un goce ni la voz de ningún cielo :
la venganza es poca muerte que le da la ingratitud;
un valiente sacrificio le devuelve la humildad.

 

Si ya muerto y sin el canto que se duerme con sus ojos,
en el aire de la altura queda solo su recuerdo.
Desde un plano providente que se mira en lo infinito :
ronda un canto por el fuego de algún día amanecido.

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

                                        X 

                                E M I G R A R
                                           (Siempre, retornar,
                                             por amar mucho la virtud del origen.)

 

Emigrar por la idea que adelanta visiones
vislumbradas de chico :
sin saber el camino que nos lleva al anhelo
de esas luces ajenas;
si parecen de uno, por un vago capricho.


Pernoctar las delicias de futuras conquistas,
palpitadas en miedo
que al valor desconocen; y el afán se encamina
hacia voces lejanas
cuando piden un viaje más allá de lo propio.

 

Se atraviesan ciudades, que se quedan a un lado,
por el vasto peligro
de esas vidas dejadas a un costado del mundo.
Y en la fuerza de irse
no se sabe hasta dónde el querer nos pretende.


Al llegar nos recibe, ese triste abandono
de una nueva partida,
al no haber encontrado la ciudad de aquel sueño.
Se nos sigue pidiendo
la certeza de un triunfo que el adiós desdibuja.


Y transitan los años que se viven veloces
con el mismo reproche
de ganarle al deseo del afán incumplido.
Porque sigue emigrando
el hallazgo del día que deslumbre de goce.


Emigrar por las horas que nos llevan sin rumbo,
cuando el bien decepciona,
porque tarda y no llega, como ansiaba la vida;
y perdura el anhelo
de ese sueño constante repitiendo su viaje.

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                       XI

 

                              DEL   AFECTO

 

En esa ciencia incierta del lazo del afecto,
la historia de una vida
se ve desdibujada vagando su camino.
Un deseado descanso,
que corre por la sangre, no deja reposar.

 

Por cada vez que el alma confía su regalo
se pide verdadero,
el bien de una respuesta que aspire a ser leal.
En la sombra del tiempo
abreva sin apuro la paz que va a durar.

 

Quien ama, ya no quiere probar el desconcierto,
si en pena decepciona,
el juego de amargura que arriesga el abandono.
Y en la digna impaciencia
desliga el improperio su rota soledad.

 

Porque el afecto incierto se enlaza a su capricho
sin ver que la inconstancia
gradúa la escalada del terco sentimiento.
Como un canto que llama
y oculta en un silencio, el verso del adiós.

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                     XII

 

                   SE  LE  EXIGE  A  LA  VIDA

 

Se le exige a la vida
que dé cuanto se quiere;
y aunque quita y descuenta su regalo penoso,
nunca dice su fin cancelado de olvido,
en el resto de ausencia que recobra el pasado.

 

Así va con sus pausas
por el tiempo enredado,
a vivir el destino de la sombra que huye;
obligando a vivir con temor prevenido,
la pasión que no aclara ese simple mañana.

 

En la vida de otros
se interna nuestro enigma,
por la fiel enseñanza de saberse falibles.
Y en la sabia consigna que revela el perdón,
nos estima perfectos el deseo que ama.

 

Cuanto más nos exige
la vida defendida,
más esconde al amor que no sabe entregarse.
Y se empeña en desaires para hacerse desear,
con la lágrima oculta en su mismo final.

 

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                    XIII

 

                        CONCERTISTA

 

Subir a un escenario,
midiendo el propio paso
para cruzar resuelto la pertinaz distancia;
guardando aquel silencio que anuncia un poderío,
hasta posar la espera del tiempo de empezar.

 

Por ese entendimiento
tan dueño de los viajes
donde el minuto accede a obedecer al ritmo :
el músico comienza, radiando su sonido,
a coordinar las partes que van hacia su fin.

 

Y quiera, o no se quiera :
las cautas voluntades,
desde el lugar seguro que la atención consigna,
reciben esa fuerza valiente y conductora
que reconstruye el paso de la interpretación.

 

El fin inexorable
concuerda aquel dominio
donde libera el tono de su tenaz gobierno.
Entonces el criterio, supone, con un juicio,
calificar valores de un canto que se fue.

 

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                            XIV

 

                             ENTRE  LOS  POBRES
                                              ( Se ha sabido
                                               vivir el goce
                                               de aspirar siempre a más.)

 

Y siempre entre los pobres,
los que, desposeídos, así no quieran serlo,
la lástima separa del oropel gregario.
Y exhibe su destemple : la fútil evidencia
de los que tienen más.

 

No siendo tan valientes,
que arrojen al desprecio la suerte de los triunfos :
se arriesga inevitable la persistente audacia;
si es regla de pobreza : jugar a la intemperie
con la sinceridad.

 

Sentirse como hermanos,
por fuerza de igualados en el desnudo aprecio,
que gusta de recuerdos en la paciencia austera.
Solemne sacrificio : se gana unas migajas
en el sagrado pan.

 

Ser pobre no se elige,
en la codicia inerme que busca la riqueza.
La cumbre, cuando llama, va despojando angustias.
La luz de las alturas : ve un cielo en lo perenne
que vuela más allá.

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                     XV

                

                     EL  BANDONEÓN

 

Ese desconocido:
el bandoneón gozoso,
con una melodía de un tango que lo llama,
en la reminiscencia :
hermana de la idea que evoca con su canto
la voz del arrabal.

 

El canto se prolonga
por ese tiempo inmenso,
que canta con un pueblo; y vuelve en cada alma.
Y sin saber que vuelve :
lo mira: se emociona. Lo escucha : se enamora;
lo siente perdurar.

 

La orilla de este mundo
de los recién llegados,
y aquellos que en la pena son pago y tierra propia;
por ese sentimiento
que en alma, es uno solo, aduna el mismo canto
del sacro bandoneón.

 

Vida del orillero
cruzando el fango alerta.
Vecino de los pobres, quedando en su ribera
por pura cortesía.
Se espera algún regreso que invite a ese fraseo
de noble corazón.

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                     XVI

 

                      LA  MÚSICA  DE  NIÑO

 

En la vida de niño
la ingenua incertidumbre
vagando sin destino por el aire insistente.
En años de constancia, quería convencernos
de aliarse para siempre con nuestra intimidad.

 

El favor de los días
diciendo tan sentida
la música de un tango por la senda del patio,
que vuelve y se recuerda por calles, y otros barrios,
y llega a un escenario con pausa señoril.

 

Más feliz con la dicha
se vive en ese ingenio,
que canta concertando por la vida imprevista :
la sabia consonancia, que viene pocas veces,
y deja en ese goce su tono jubilar.

 

En el carro del tiempo la huella va quedando,
y el barro ya no angustia con el cielo aclarado.
La música de niño es huella para el alma
y dice en su misterio : que aquello fue feliz.

 

 

 

XI - TANGOS DE ENTRECASA

 

                                          XVII

                     BANDONEÓN  Y  GUITARRA

 

Bandoneón y guitarra :
un encuentro al acaso de noble sentimiento.
Se pulsa un encordado en la reunión de amigos;
y el bandoneón entona
el tango que se admira muy dentro el corazón.

 

Conmoverse sintiendo
el acuerdo ingenioso que enlaza una cadencia;
y ver esa destreza del mesurado ritmo,
donde se da el acento
del tango de alto estilo, tocado en su emoción.

 

En la justa sapiencia:
el acorde rasgueado que surge al improviso,
modula en ese tono donde transita el tema.
Con la guitarra criolla
se trama en melodía la voz del bandoneón.

 

Un saber se descifra
en la glosa sonora que vaga por las almas
presente en lo sencillo de una vivencia arcana;
cuando la voz que dice,
con garbo bien lucido : entona la canción.

 

Acapara el misterio
que se hermana en los seres, iguales en la ciencia
de amarse con lo propio desentrañado en canto :
y en el conjunto amado
que forma en ese acaso : guitarra y bandoneón.