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Capítulo
III
ÁRBOLES (Hermanos del pago)
I
ACACIA CRIOLLA
Dentro del monte dormido
la noche anida entre acacias.
Va por arriba, la luna,
desmesurando distancias.
De alturas, no tiene huella
la torcacita del monte;
llega invitando un olvido,
se va rumbeando horizontes.
Desde un tronco lastimado
con arrugas de un querer,
el mañana se abre paso
en la pobreza de ayer.
Y cuando se viene el alba
punteando sus lagrimones,
hay un verde que se escurre
desde la fronda del monte.
l;Qué linda ha de ser la vida
enredada en las acacias;
cantando en los pastizales,
reverenciando fragancias !
En la rama deshojada
hay diez espinas ceñidas;
una entró en el corazón,
promete nueve la vida.
El pájaro se hizo dueño
de un castillo enarbolado.
Y sueños y soledades
la pampa, le va agregando.
En cada arrullo está el viento
acunándose en olvido;
y un huracán de desvelos
dibuja el tiempo ladino.
Acacia del campo nuestro,
columna criolla, brotada
en el llano de las penas
que no llegaron a nada.
Se canta en los pastizales
el eco de una nostalgia :
"¡qué linda ha de ser la vida
enredada en las acacias ! "
III - ÁRBOLES
II
PALO BORRACHO
En mi copa lucen sueños
delirantes de ilusión;
me emborrachan de dulzura,
y alegran mi corazón.
Vivo el goce de la vida
mezclado en el buen beber,
y me dicen "el borracho",
linda savia del placer.
En la fiesta de la vida
soy invitado de honor,
y siempre estoy celebrando
el triunfo "de lo mejor".
El "señor" de los festejos
desde el cielo me da el vino.,
y da de beber al mundo
con la lluvia del destino.
Yo estoy primero en la mesa
del convite magistral,
que emborracha al universo,
y a mí, no me deja atrás.
Tengo el vaso rebosante
con mi savia vegetal,
que embriagado en soledades
reconforta la amistad.
¡Qué lindo es emborracharse,
para un palo borrachín,
que sediento, chupa luces
en un eterno festín !
III - ÁRBOLES
III
SAUCE LLORÓN
No me miren la tristeza,
ni escuchen mi desazón.
el llanto me quita el sueño
y las lágrimas, la voz.
Paso la vida llorando
el llanto de un remendón,
que al aire sus penas llora
sin ganancia, ni razón.
Las hilachas desvahidas
como un llanto encaprichado,
me tapan el rostro oculto
entre los brotes bronceados.
Mi destino es el llorar
con un susurro tranquilo,
contento de relatar
las penurias de un mendigo.
Mi llanto pide llorando
con un canto lastimero,
la bondad agradecida
de un llanto puro y sincero.
Yo soy un sauce primero;
después un sauce llorón,
que pidió llorando al cielo
el llanto de algún perdón.
Por eso llorando vivo
el llanto aquel que quería,
y doy al mundo, llorando,
un llanto de la alegría.
III - ÁRBOLES
IV
AL LADO DEL PARAISO
Al lado del paraíso,
hay un recuerdo asomando,
rondando al tiempo benigno
de los amores amados.
Amarrado a la confianza
de los triunfos despedidos,
de tanto enraizar recuerdos
se va, enramado en olvidos.
Por las noches, enmudece,
como dormido a un querer
de cariños sincerados,
del dolor, que no se fue.
El día apura su sol
sobre las hojas inquietas,
si tanto quiere poblar
las esperanzas desiertas.
En los afectos del mate
rondan anhelos, y suertes,
donde el silencio de ayer
en espina se convierte.
Al lado del paraíso
rueda el destino porfiado,
cantando dulces nostalgias
entre sueños rezagados.
Invisibles, los encuentros,
hacen ronda al paraíso:
los que fueron bienvenidos,
y los que el alma no quiso.
Y rejuntando susurros,
en el aire guarecidos,
arrulla al viento que pasa
por un amor despedido.
Al lado del paraíso
vive el recuerdo prendado
de las almas de los seres,
que siempre, serán amados.
III - ÁRBOLES
V
¡ MANDARINO !
Tengo una copa repleta
de amarillos escondidos,
que de lejos se retornan
en un verde renegrido.
Tengo un tronco petisito,
que se enrama por los aires,
y reconcentra poderes
metidos en su desaire.
¡Cuidadito con mi fruto,
y en abusar la confianza,
que si no doy un disgusto,
te hago rechinar la panza !
Esperáme un tiempo largo,
más otro tiempo agregado,
y después de un tiempo lindo
te doy al tiempo endulzado.
Pero en mi copa repleta
tengo mi fruto escondido.
Y dentro del fruto guardo
otro secreto rendido.
Cierto día me encontré
con una luz portentosa,
que se metió en mi cariño
como una estrella sabrosa.
Y ahora el amor me liga
a esta, mi dueña amada,
que no puedo abandonar
porque es riqueza deseada.
Cuando el buen tiempo consiga
madurar mi metejón,
te puedo dar los sabores
que produce nuestro amor.
Mi bien amada es la luz,
obediente a mi cariño;
y yo, amo mi mandato,
porque yo, soy : ¡MANDARINO!.
III - ÁRBOLES
VI
LOS ÁLAMOS
Al costado del camino,
que termina en la cañada,
las hileras parejitas
de los álamos se abrazan.
Una danza de suspiros
enjoyada de elegancia,
y sus hojas ataviadas
con relumbres y distancias.
Es un cofre de esplendores
de tesoros que rebozan,
bien fundidos entre perlas
los pajaritos, retozan.
.- ¡Cardenal!..., vení a la rama,
aquí te estoy esperando,
tengo un pico embravecido
con gorjeos agitando...!
.- Si a tu rama me acurruco,
reverdecida de alas,
se me ata el corazón
y el amor se me desata.
.- Yo soy un misto veloz,
que raja al aire volando,
con mi canto le prevengo
a mi amor, que está esperando.
Hoy te fui a visitar
amorcito de alambique,
que destilas al amor
aunque los celos te piquen.
.--No te cruces en mi ruta
mistito del vuelo chico,
yo soy doña tijeretea
y sobre el lomo te pico.
Y al aire ondula sin pausa
en su inquieto centelleo,
el coro verde que danza,
revelando jubileos.
Y en los álamos se enrama
la danzada algarabía,
cuando el viento balancea
su estallada cortesía.
Al costado del camino
que termina en la cañada,
las hileras parejitas
de los álamos que danzan,
engalanan al camino
con susurros y alabanzas.
III - ÁRBOLES
VII
LIMONERO
Limonero de mi patio
de los verdes entornados.
Amargura de las almas
en tu amargo desolado.
De los verdes entornados
de la trama de tus hojas
penitente el corazón
pena, sufre, sangra y llora.
Amargura de las almas
en tu tronco de alabastro,
como un tallo de la piedra
destilando al desengaño.
En tu amargo desolado
hay un jaspe del oriente:
ese fruto verdecino
tan precioso como fuerte.
Si tan fuerte fue la muerte
castigando en nuestra herida,
por tu amargo penitente,
más potente fue la vida.
Al llegar la luz del cielo
que rehizo nuestros días,
la vejez del limonero
se nos fue por los enigmas.
Feneció su verde acerbo
que tornaba el amarillo.
Y se fue su jaspe fruto
por el blanco del olvido.
Con la flor que no floreces,
- limonero de los verdes -
te llevaste mi amargura
por el blanco de inocente.
Limonero de mi patio,
de la dulce despedida,
penitente de mi muerte
de lo amargo de mi vida.
III - ÁRBOLES
VIII
LA HIGUERA
Nuestro patio florecía
con jardines de junquillos,
pensamientos y alhelíes
junto al muro de ladrillos.
Elevadas y estatuarias
ondulaban dos higueras
con sus ramas anilladas
y rugosa la corteza.
Un refugio primitivo,
donde el sol de la mañana
traslucía de colores
por el filtro de las ramas.
Y las sombras naturales
que tendían las higueras,
eran tenues procesiones
de visiones pasajeras.
Aquel chico de mi casa,
como juego de la imagen
de variantes luminosas
de las sombras fantasmales,
se posaba allá, en lo alto,
sobre el tronco de una higuera,
y gozaba algunas horas
junto al brote de las brevas.
Desde arriba de la higuera
transcurrían, como un rito,
las calladas multitudes
persiguiendo un infinito.
Aquel chico contemplaba
cada rostro, cada paso,
que ambulaban sin reposo
como un trance de los astros.
Y las sombras eran luces
de un arcano iluminado,
que fundían en presagio
la visión desde la higuera.
Esos sueños espectrales
por el patio y las afueras,
donde tallos estatuarios
figuraban dos higueras.
III - ÁRBOLES
IX
EUCALIPTO
Ese aroma de entrecasa
y una estampa de "a lo lejos"
tiene mi eucalipto grande,
como un mundo de reflejos.
Antes de llegar al rancho
me espera en un rumorear,
con su queja suavecita
que empina su soledad.
La forma de la amistad
puso Dios al eucalipto,
va ganando con la altura
la lealtad de un buen amigo.
Desde la rama más alta
se oye un gorjeo escondido,
está llamando a un perdón,
quien sabe, desde un olvido.
El cielo le dio las alas
para subir a la luz
desde el árbol, que se eleva
con su columna de cruz.
Eucalipto de los campos,
"ucalito" de los gauchos;
una mateada en tu "ráis"
y una siesta a cielo ancho.
Te puso un quejido el viento
que alguna pena enredó,
cuando rechina el silbido
entroncado en un adiós.
No quiera el fin del camino
que se desgaje tu rama,
como quebrando congojas
que un enojo desparrama.
Ya desde lejos, se viste
con esperas espaciadas,
la estampa de mi eucalipto,
pilar de amor de mi casa.
III - ÁRBOLES
X - DONDE HACEN FRONDA LOS OLMOS
Aquí, tan cerca del río
donde hacen fronda los olmos,
desdibujan en la sombra
perfiles finos de oro.
Los pájaros raudamente
baten alas, cruzan vuelos,
despertándose en el aire
la luz que baja hasta el suelo.
Sobre el verde de los pastos
unas almas hacen ronda,
para cantar en su goce
la armonía de una copla.
Y se contempla la vida
que germina entre la hierba,
mientras canta un canto puro
la voz, entre la arboleda.
Pasean raras memorias
como reflejos gozosos
de peligros y de amores,
de penas, noches y enojos.
Y entona sus amarguras
la pobreza querendona,
mientras viajan emociones
que cantan versos y glosas.
Aplaca el fuego amistoso,
el humo blanco del alma;
y en la copla se entreteje
un cielo verde de ramas.
Ausentes los corazones,
por las luces se distraen
los perfiles transparentes
y las tenues soledades.
Aquí, tan cerca del río
donde hacen fronda los olmos,
desdibujada tristeza
descifrando el abandono.
Despierta voces el aire
como pájaros en vuelo,
en la ausencia de las almas
se viste, casto, el recuerdo.