LETRAS - Obra literaria de labor propia - POÉTICA
VERSOS DEL PAGO
CAPÍTULO IV - VAGUEDADES POEMÁTICAS

VERSOS
 DEL  PAGO


1986 - 1992
    Rodolfo  Daluisio

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Capítulo

IV

VAGUEDADES POEMÁTICAS

 

                                                          I

                                                  CABALLO

 

La luz de la mañana se difunde
por la quieta complacencia del camino.
Vuela la tierra ocre.

Sutiles nubes de polvo de imagen de niebla, sobrevuelan.

Sobre el ancho distender de la planicie,
una presencia : el caballo.

Más allá, la paz serena de los teros,
el revolotear de los gorriones.
Y un cantar de torcaza en la suave tibieza de la luz.
La hilera de eucaliptos
corta la línea horizontal de la llanura.

Un festejo de hierbas y de flores, se eleva,
en el claro paisaje de extensiones, aromas y destellos,
rebozando en el goce de existir.

El caballo,
como un señor de la serenidad adusta : masticando.

Mientras la cola cepillea, repetidamente, las paletas.

Observa, casi sabiamente un matorral vecino.

Un ritmo, articulado en perfección de movimiento
posando uno a uno sus cascos sobre la tierra,
lo conduce con lentitud y gracia espléndida,
poco trecho hacia adelante.

En esa paz de ser, traspasa la distancia
en la flexión del músculo,
extendiendo sus patas, con un seguro "estar" en el espacio.
Se detiene.
Se mueve curvilíneo su cuello, con hermosísima plasticidad,
hasta alcanzar, inclinándose, la tierra.
Con breves tirones de su cabeza desgarra la hierba,
acopiada luego en su boca.

Levanta la cabeza, con mirada distante y serena.

La mandíbula, con un ritmo oportuno,
se satisface en masticar.

Un leve parpadeo denuncia la presencia
liviana y tranquila del pájaro boyero,
posado en su anca lustrosa,
y extasiándo­se sobre el músculo vibrante.

El viento, con un breve chasquido sacude al yuyal.

El cuello del equino se vuelve hacia el torso,
y de soslayo, como si fuese por cortesía de aceptación,
con una ternura amistosa,
denuncia la presencia del visitante.

Y vuelve curvilínea la cabeza hacia la tierra y el pastizal,
hasta que cede la hierba
en desgarrarse entre los dientes del caballo.

A lo lejos el viento arremolinado
levanta el polvo del camino;
como en un juego, girando alborozado y espacioso.

El día se da sobre sí mismo,
penetrando aquella inmensidad del aire,
que siendo,
su propio ser conduce.

 

 

 

III - VAGUEDADES POEMÁTICAS

 

                                                II

 

                                         LABRIEGO

      

El hombre se demuestra con la autenticidad de su poder.
Vigor de inteligencia.

Elige franca la llanura,
con esa línea de movimiento suave,
y a ella confía su sembrado.

El maíz responde como en diálogo perfecto,
con la gracia del fruto que le es dado.

Por la sabia precisión de la mano del labriego,
la tierra siente suyo al maíz generado desde su entraña,
y se da en ver en su misterio,
el poder secreto de la semilla.

Con avidez de alumno enamorado el hombre aprende.

La tierra enseña
con el signo del Maestro poderoso que la concibió.

El hombre ha meditado largamente
hasta advertir el gran amor de la tierra,
que canta en el pájaro, en el aroma de la hierba,
y en el perfume de la flor
que el viento se lleva en su viaje.

Ya nacido el fruto amoroso del trabajo,
el hombre canta en su interior,
como en la altura de un aire elevado y bendecido,
de una nube que transita.

El hombre observa. Ama y transita;
sigue; transita y ama.
La sabiduría de la vida es, siendo en sí misma.
Pero es más si la sabia esperanza
espera de su propio saber.
El hombre siembra la semilla,
en la certeza del saber esperar.
El hombre es quien espera.

spera la lluvia.
La placidez de la semilla.
Espera el brote nuevo y vigoroso.
Espera la flor y el fruto sapiente de la luz.

El hombre inmerso en la espera.
Y como un milagro la vida se vuelve a producir.

La vida siente el llamado y se entrega,
en esa ofrenda reverente de la multiplicación.
Por ese tiempo de amor misterioso,
visitantes no queridos llegan al sembrado.
Habitantes de misterios contrarios de cohabitación.
Aquellos seres del aprovechamiento natural.

La pericia insolente de la cizaña que viene al campo del amor.

Entonces el hombre pide fuerzas a la luz,
y con el don poderoso del trabajo desaloja a la maleza;
y así, en el poder del tiempo,
la tierra fructifica cuanto el hombre pide de su ser.

Un fruto de una esperanza
que el hombre ha labrado en su alma,
esa alma satisfecha de haber recibido
el fruto de la vida.

A la vera del sembrado,
como un premio secreto que Dios ha dado al hombre,
luminosas de pulcritud, como un manantial de belleza,
las flores blancas
avivan la luz con su riqueza de aroma y de color.

Si parece que admiran
al amor fecundo del arado
que ha sabido acariciar la sementera,
premiando con su alago la generosidad del cereal.

Más allá,
a la distancia de este sucedido de misterio eterno de ser,
la franja de tierno junquillo
ondula sobre el llano,
señalando la húmeda senda de un arroyo en suave alejamiento.

 

 

 

III - VAGUEDADES POEMÁTICAS

 

                                                III

                      

                                             VACA

 

Hiriente y arriesgado cruza el campo el alambrado.

Presencia de una tímida mudez : la vaca.

Impasible y soberana, mira con limpia mirada
al espacio infinito.

Como recordando una tácita memoria, ella,
estando, por armonía perfecta de sus dones.

Ella : su misma memoria.

Como si fuese un tiempo detenido,
el tiempo es más preciso, inescindible :
y otorga una pureza sagrada, en esa lejana tristeza
que denota el rostro de la vaca.

Igualado en sí mismo el tiempo.

Ese tiempo enlazado de identidades la perdura en un grito,
el grito de aquel dolor encerrado en el silencio,
y liberado de pronto, en un instante,
como un duelo victorioso de la gravedad de ser.
Y el mugido hiere al aire.

Tanto misterio, tal vez, no develado,
no amengua el don  de esa perfección.

La vaca recibe el don misterioso y siempre benigno
de la partición del alimento.

Tal la consigna de una destinación.
Privilegio sagrado acordado con una propiedad suprema.

er un signo en el alimento, don de Dios;
ser oblación en el antiguo inmolar del sacrificio.
Igual, en la entrega cándida de una vida
hacia un más allá benéfico del perdurar
en el don precioso del alimento.

La quietud de aquella periferia huesuda
del porte de la vaca, habla
de antiguas caminatas y de portentosas distancias.

La paz de la vaca.

En esa paz una antigua alma descansa,
complaciéndose en la vida selecta de la luz.

Paz de la vaca.

Una furia oculta de un poder ha dado señorío a su belleza.

Paz de la vaca.

En esa paz, la vaca se somete a un estar reposado,
porque su fuerza benigna es poderosa,
y la timidez de su saber milenario, eterno.

 

 

 

III - VAGUEDADES POEMÁTICAS

 

                                                    IV

 

                                               ABEJA

 

La flor confía a la abeja ese misterio de la fecundación.

La luz de la mañana platea el verde
en la transparencia de la alfalfa.
Pero el acercarse le descubre un brillo
con reflejos y una atractiva claridad.

La abeja pequeña, vestida
como vestiría la sabiduría de rango superior,
ondula un vuelo con el donaire
de una exactitud singular
hacia el goce de su cometido : la flor.

Madurada en belleza nueva, la flor está esperando;
es la flor que expresa estando, siendo,
y atrae con lo selecto de su belleza;
viviente espectativa.

La brisa acaricia y apenas rumorea,
en el silencio extasiado del encuentro.

El viento conductor de aromas
y de sabores ancestrales de la flor;
es como un mandadero de dones y atractivos;
y atrae con esa fuerza, la virtud connaturada de la abeja.

La abeja y el polen.
El polen y el generar.

La germinación como sagrada victoria de la vida,
en ese polen que fecunda
por obra de un amor secreto y grandioso.

La abeja y su tesoro jamás serán apartados.
Ella guarda en sus entrañas
la irrevelada riqueza futura y potente de la miel.

Regresa la abeja entonces,
a su celda del reino común.

Como en un claustro de encierro infranqueado,
el vientre de la abeja elabora.
                                                                                                          
Elabora la bondad que mejora,
lo perfecto que da salud,
la pureza que purifica
en la línea que asciende a lo excelso : la miel.

Llegar a la fuerza sabia de la miel,
traspasando el umbral,
ese umbral que protege al poder de la belleza : el aguijón.

Quien sube a lo eterno de la armonía cósmica de la melodía,
sepa resistir la herida.

La melodía supera sobre el sí mismo,
como la miel agrada.

El aguijón es herida,
como la entrega es renuncia,
para conquistar un grado de la altura en el canto.

Sin traspasar lo arriesgado del aguijón,
la miel se queda oculta en su clausura.

Polen...   Germen...   Criatura...

El ser de la vida :  es, en sí, amor.

Si modula, circuido en acontecer
y se mueve en su ciclo admirable,
el ser de la vida modula en el dolor.

Camino de eterna sabiduría,
en la potencia de la miel.

Como la flor confía a la abeja,
el misterioso encanto de la fecunda­ción.

 

 

III - VAGUEDADES POEMÁTICAS


                                                   V

 

                                             VIENTO 

 

El viento, alado paseandero,
convive con sutil tersura la vivaz sabiduría de la pampa,
extendiendo su caricia con ritmo celestial.
La nube, viajera de indómitas distancias,
deja llegar su sueño blanco,
y el viento la corona de ondas rizadas de inquietud.

Sombra de azules blanquecinos derrama la nube sobre el suelo.
Si el viento ondea en tierra, en la sombra,
se sacude sometido de sí mismo,
viajando bajo la nube como en un encierro.

Mas, cuanto la nube deja traspasar a la luz poderosa,
un júbilo invisible renace en el viento,
y juega en gozosa exalta­ción.
El soplo de la ráfaga libera una danza en los pastos,
como un coro de ondas descifrando los dones de los elementos.

Viento nuevo.  El mismo viento, el de siempre.
Viento de las cenizas del antepasado. 
Fluir invisible de remotas edades, rodando en su vagar.
El círculo perfecto lo conduce con mano sabia,
desde el sí mismo de su infinito inconsabido.
Destino perenne del espacio.
Allí, donde el peso en su caer toca al aire, lo desplaza.

Aquel lugar de la materia ausente,
inescindible en su misterio,
allí, perpetuo se aloja el viento.
Allí, donde no está el objeto
el áurea límpida del viento se cobija.
Y más allá, en los astros del espacio celeste,
vientos estelares trasladan los espíritus mudables del planeta.

Viento, sutil y errante :
¿ de dónde vienes con tus energías andariegas,
con tus poderosos misterios del abismo,
o con las almas celestes que viajan por la gloria de la luz ?
¿ Desde qué horizontes traes tu poder
consagrado a no fallar jamás ?
En el tránsito fugaz de tu camino,
encadenado a ti mismo, sin fisuras, ni dolor;
por lo pequeño, por lo grandioso,
¿ hacia qué fin te diriges infinito ?
(Viento)
Viento, al paso de las criaturas de la vida,
contienes el olor de los ungüentos
propicios al trabajo y a la adoración.

Sudor de sacrificio,
antiquísimo en la permanencia de los antepasa­dos.

Viento ...  Palabra...

Por el viento perfecto, en la palabra sagrada,
adviene el germen perpetuo de la gloria divina.

Divinidad... Palabra...
VIENTO... en el viento.

El viento difunde la verdad del Verbo
que vive en el seno de la luz.
La luz emana... Espíritu... Esencia... Vida...
Ciclo de las edades que trasladan su saber en el viento...

El viento de la pampa lleva y trae un tiempo nuevo.
Ese tiempo que es nuevo en el tiempo de siempre.
Allí, el pájaro renueva en cada vuelo la belleza espacial.

Y en un diálogo de tiempo y viento,
el tiempo le da la antigüedad,
y de la antigüedad obtiene solo lo perfecto.

Las almas de la transparencia retornan desde esa antigüedad;
y  vislumbrando un nuevo germen en el espacio,
van al lugar donde la vida pueda aposentarse.

El viento ama, si contiene en su seno a quienes se aman.
Y las aves, en la perfecta soledad aérea,
concertadas en vuelo cadencioso, lo acompañan.

El viento nuevo de la pampa...
ese viento... llevando cenizas antepasadas...,
en la remota edad de su vagar...